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CHERNOBYL: 35 AÑOS DESPUÉS DEL DESASTRE QUE CAMBIÓ EL MUNDO

  • olatz.gomez
  • 19 may 2021
  • 2 Min. de lectura

En 1986, el mundo pudo ver una de las mayores catástrofes nucleares (sino la mayor) acaecidas hasta el momento. Una catástrofe que nos hizo repensar los estándares de seguridad, y hacia qué objetivo energético debía ir el planeta.



La vida en Prípiat llegó a un estremecedor final. Antes del alba del 26 de abril de 1986, a menos de tres kilómetros al sur de lo que entonces era una ciudad de 50.000 habitantes, el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil estalló. La estructura destruida ardió durante 10 días, contaminando 142.000 kilómetros cuadrados en el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la región rusa de Briansk.

La lluvia radiactiva, 400 veces superior a la radiactividad liberada en Hiroshima, expulsó a más de 300.000 personas de sus hogares y desencadenó una epidemia infantil de cáncer de tiroides.



Con los años, las pérdidas económicas –costes sanitarios y de limpieza, indemnizaciones y pérdida de productividad– se han cifrado en cientos de miles de millones de euros. A medida que los errores y el secretismo del gobierno fueron saliendo a la luz, Chernóbil incluso aceleró la desintegración de la Unión Soviética.

Tras el accidente, se procedió a la descontaminación, contención y mitigación de los daños, gracias a unas 600000 personas denominadas liquidadores. Se aisló una zona de 30 km de radio, denominada aún hoy en día Zona de alineación. Para conseguir dicho objetivo se construyó un sarcófago, el cual se degradó por diferentes fenómenos naturales y por su premura a la hora de construirlo debido a la alta radiación inicial. Por lo que se ha construido uno nuevo, cuya cubierta móvil ha encerrado de nuevo el reactor.

Los daños después del desastre, no sólo fueron humanos, ya que entre la flora y fauna en un radio de 20-30 Km también experimentó un aumento de su mortalidad; por ejemplo un área de 4 kilómetros cuadrados de pinos se volvió marrón dorada y los árboles murieron, dicha zona se conoce como Bosque rojo.

35 años después, las imágenes de la ciudad reflejan un paisaje dantesco en cuanto que ésta casi ha desaparecido, abriéndose paso a la flora que la sumerge. Un claro reflejo, sin duda, de cómo la naturaleza es capaz de regenerarse. Bielorrusia ha declarado una reserva natural, y en Ucrania existe una propuesta similar.

Pero no sólo la flora se ha abierto paso entre el cemento, ya que varias especies de animales salvajes y aves (especies que incluso no se habían visto antes del desastre) habitan en abundantes cantidades. Si bien es cierto, que algunas especies se han estudiado y presentan niveles elevados de radiación, en el año 2000 por ejemplo se encontraron en los corzos radiaciones de 7400 Bequerelios, cuando en Ucrania el límite para poder ser comestible es de 200.

No obstante todo ello, es reflejo de la fuerza de la naturaleza y el comienzo de la regeneración de una zona tan castigada como fue Chernobyl.





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